ABC China confía en una rápida recuperación si no hay rebrotes del coronavirus


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Relucientes, los coches siguen saliendo cada pocos minutos de la fábrica que Mercedes-Benz tiene con el socio estatal BAIC en Pekín, al final de una cadena de montaje que apenas se ha parado por la epidemia del coronavirus. Aunque la producción quedó interrumpida al estallar la enfermedad en Wuhan a finales de enero, en plenas vacaciones del Año Nuevo Lunar, se retomó el 10 de febrero. «No ha habido contagios entre los empleados y estamos operando al nivel de la demanda del mercado», explica el presidente de la marca alemana en China, Arno van der Merwe, en una visita a la planta. Con 11.500 trabajadores y una producción anual de 430.000 sedanes de la clase C y E y todoterrenos GLA y GLC, dicha factoría es el buque insignia del gigante automovilístico en el mercado chino, que es el mayor del mundo con 25,8 millones de vehículos vendidos en 2019 pero lleva dos años cayendo. A la ralentización de la economía china se sumará este año el impacto del coronavirus, que ya provocó en el primer trimestre una contracción del PIB del 6,8%, la primera desde la apertura al capitalismo tras la muerte de Mao en 1976. A pesar de este batacazo, que será generalizado en todo el mundo, en China se percibe cierta confianza en que la recuperación económica será más rápida de lo esperado siempre y cuando no haya rebrotes graves del coronavirus. «La situación es ahora más estable que hace dos meses e irá mejorando en el futuro. No espero que esta experiencia tan corta nos afecte a largo plazo», explica Var der Merwe, quien anuncia que «en abril hemos visto una recuperación de las ventas moderadamente positiva». Seguridad reforzada En la cadena de montaje, los trabajadores se afanan ensamblando piezas entre la melodía de los robots que pasan bajo las grúas que elevan los esqueletos de los vehículos. Para asegurar la salud del personal y la producción, la compañía estableció un comité de emergencia en enero y ha reforzado la seguridad, obligando al uso de mascarillas y habilitando 47 habitaciones de observación en la clínica de la fábrica. Si superan los 37,7 grados de temperatura, allí son enviados los empleados, que son recibidos por enfermeras con trajes especiales de protección. Mientras tanto, en la cantina de los administrativos se guarda el distanciamiento social con una mesa para cada trabajador, que además no pueden hablar entre ellos. Para que la producción siga sobre ruedas, Mercedes-Benz confía en que no haya infecciones gracias a estos controles, que también se aplican en otras fábricas. Así se aprecia en la factoría de semiconductores, microcontroladores y chips que la firma japonesa Renesas opera a las afueras de Pekín, una de las mayores de dicho grupo con 940 empleados. Con 600 en la cadena de producción y el resto repartidos entre ingenieros y oficinistas, el 90 por ciento de ellos son de fuera de la capital y la epidemia les pilló pasando las vacaciones del Año Nuevo Lunar en sus ciudades. Aunque hay alguno de la provincia de Hubei, epicentro del coronavirus, que todavía no ha vuelto, todos los demás se han reincorporado ya al tajo. «Les pedimos que vinieran en vehículos particulares o fuimos a recogerlos para que no tomaran transportes públicos y luego se sometieron a una cuarentena de dos semanas en los dormitorios de la fábrica donde viven, donde les controlábamos la temperatura y les llevábamos la comida», desgrana el presidente de la compañía en China, Hiroyuki Hamada. «Aunque la producción se paralizó por un periodo muy corto», según cuenta, recuerda que «al mes se recuperó la actividad normal porque los trabajadores han regresado con muchas ganas para compensar el tiempo perdido». Con la sede central en Tokio y 19.000 empleados repartidos por más de 20 países, Renesas suma un total de 14 fábricas localizadas en Japón, China, Estados Unidos y Malasia. Como uno de los principales fabricantes mundiales de semiconductores y microcontroladores para los sectores automovilístico e industrial, con una producción de 50 millones de piezas al día, Renesas espera «un impacto fuerte a corto plazo e incertidumbre a largo», detalla Hamada. Pero no prevé «una reducción de la demanda en China, que es nuestro mercado, porque la situación se ha estabilizado ahora». A las medidas de seguridad habituales en una fábrica de componentes electrónicos, donde los operarios van pertrechados con monos especiales de protección para evitar la contaminación de aparatos tan sensibles con polvo o partículas corporales, se suman los controles para impedir contagios por coronavirus, como se ve en la cadena de montaje a través de una cristalera. Optimismo con cautela «La economía se va a recuperar más rápido de lo que esperamos. Aunque el impacto ha sido muy fuerte en el primer trimestre, calculo que va a ser corto», augura por teléfono desde Shanghái el profesor Xu Bin, de la Escuela Internacional de Negocios Chino-Europea (CEIBS). Tras el desplome del primer trimestre, para el segundo calcula un crecimiento del 1% y para todo el año en torno al 2%, siempre y cuando el regreso a la «nueva normalidad» del mundo poscoronavirus no se vea afectada por los rebrotes. «Todavía estamos preocupados por la epidemia, pero los negocios estaban al 50% en abril y llegarán al 70-80% en mayo y junio», aventura con un optimismo no exento de cierta cautela. Buena prueba de ello es que la producción industrial rebotó en abril un 3,9% internanual, más del doble de lo previsto por Bloomberg, tras hundirse un 8,4% en el primer trimestre. En buena medida, dicha subida se debe al aumento de las exportaciones de material sanitario por la pandemia, pero las ventas al por menor cayeron en abril un 7,5% interanual y la inversión en activos fijos un 10,3% en los cuatro primeros meses del año. Aunque son reducciones notables, son menores que las sufridas en el primer trimestre: del 15,8% y 16,1% respectivamente. Por su parte, la tasa oficial de desempleo se sitúa en 6%, pero la cifra real es mayor. Al impacto económico del coronavirus se suma el recrudecimiento de la «Guerra Fría» entre EE.UU. y China por la pandemia y los crecientes recelos de la comunidad internacional hacia al autoritario régimen de Pekín, que amenazan con un desacoplamiento de la segunda potencia económica del planeta. «China tiene que depender más de su mercado interno y de su innovación porque su relación con el resto del mundo va a cambiar de forma fundamental y será desplazada», pronostica el profesor Xu. Pero, a su juicio, «no habrá una interrupción total, ya que China depende por ejemplo de los microchips y los aviones de Occidente, donde las empresas se rigen por sus intereses económicos y no por los del Estado. Seguirán los negocios porque son privados, no a nivel estatal. China seguirá beneficiándose de las inversiones porque es un gran mercado y el Gobierno continuará comprometido con la reforma y apertura». Fábrica de semiconductores Renesas en Pekín. Tras parar la producción por la epidemia del coronavirus, la firma japonesa de semiconductores Renesas recuperó en un mes la actividad de su fábrica de Pekín, la mayor del grupo - PABLO M. DÍEZ «No sacaremos las fábricas de China porque este es nuestro mercado» Dando un respingo sobre la silla, el presidente de Mercedes-Benz en China, Arno van der Merwe, arquea las cejas sorprendido cuando le preguntamos si la marca tiene intención de llevarse sus fábricas de este país por el coronavirus, como se está oyendo en Occidente. «No tenemos intención de sacar nuestras factorías de China ni hemos hablado nada de eso porque nuestras operaciones aquí se están estabilizando», responde contundente porque este es ya el principal mercado para la marca alemana, con casi 700.000 vehículos vendidos el año pasado. Aunque el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está insistiendo en esa idea y el Gobierno de Japón también ha ofrecido un fondo de 2.200 millones de dólares (2.000 millones de euros) para que las empresas vuelvan a su país, el responsable de la firma tecnológica nipona Renesas, Hiroyuki Hamada, lo tiene claro. «No hemos pensado volver a Japón porque este es nuestro mercado y nadie del Gobierno nos lo ha pedido», contesta sin dudarlo. En su opinión, «tenemos que quedarnos en China porque es un mercado muy grande y la calidad de los trabajadores es excelente». Para Xu Bin, profesor de Economía del CEIBS de Shanghái, «no es tan fácil llevarse las fábricas de un país porque es un proceso que puede durar entre cinco y diez años». Aunque cree que «el daño de esta pandemia va a ser más largo porque habrá una reducción internacional de la dependencia de China», no prevé «un desacoplamiento total porque este país es parte importante de la cadena global de suministros».

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