ABC Alemania y el doble rasero ante la pandemia


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La actitud alemana en Europa se resume en dos conceptos: austeridad e indefinición intencionada. Exige a los Estados de la UE políticas de recortes del gasto público y se niega tanto a la puesta en común de la deuda pública como a la implantación de inversiones para activar la recuperación económica, a no ser que entre en recesión, como le acaba de ocurrir. Sin embargo, no piensa igual cuando es rescatada o se rescata. Veamos algunos ejemplos de su historia. Tras la Primera Guerra Mundial, los países vencedores obligan a Alemania, derrotada, a pagar en concepto de reparaciones de guerra, 31.500 millones de dólares. Alemania fue incapaz, entró en hiperinflación y la comunidad internacional tuvo que renegociar los acuerdos firmados. En las conferencias internacionales, la palabra «indemnización» se convierte, literalmente, en tabú. La crisis del 29 obliga a una moratoria del pago de la deuda, pero en 1933 asciende el partido nazi al poder y Adolph Hitler decide suspender los pagos de las reparaciones de guerra. En julio de 1947, tras la Segunda Guerra Mundial, se empieza a negociar el «European Recovery Program» o Plan Marshall, 22.000 millones de dólares para evitar la ruina de Europa occidental y frenar el avance del comunismo. Este hecho impulsa el conocido como «milagro alemán», con crecimientos del PIB del 8% durante la década de 1950 y caídas del desempleo del 11% en 1950 al 1,3% en 1960. El 27 de febrero de 1953, con el acuerdo de Londres, las deudas anteriores a la guerra del Imperio Alemán y Prusia se reducen, en una parte, y son aplazadas en otra, en tanto que las deudas de la Segunda Guerra Mundial se quedan en la mitad y los aliados las cobran mediante la adjudicación de propiedades industriales y navales alemanas. Precisamente, la condonación de la mitad de la deuda alemana y el suspenso del pago de los intereses de empréstitos extranjeros, hasta una hipotética reunificación, es el hecho que más ayuda a Alemania. El 9 de noviembre de 1989 cae el muro de Berlín y ocho meses más tarde, el 1 de julio de 1990, la RFA y la RDA unen sus divisas a un tipo de cambio de un marco del Este por cada marco del Oeste, a pesar de la desproporción entre la productividad y la competitividad de ambas economías. El PIB de la zona comunista era apenas el 43% de la media de Alemania occidental. Cuando la RDA se une a la Alemania Federal, el 3 de octubre de 1990, sus cinco antiguos estados pasaron, sin condiciones, a formar parte de la UE, que aprueba con urgencia créditos para los «länder» comunistas, un total de 3.000 millones al año de 1991 a 1993. Los costes de esa reunificación se descargan sobre el resto de países de la UE en forma de altos tipos de interés, por parte del Bundesbank, para evitar la inflación y atraer a los inversores extranjeros. Desde 1991, el Fondo de Desarrollo Regional de la UE invierte cerca de 30.000 millones en la antigua Alemania del Este para la construcción de carreteras, puentes o vías de ferrocarril. Además de las anteriores, hay que sumar las aportaciones del Fondo Social Europeo, el Fondo Europeo de Orientación Agrícola y el Instrumento Financiero para la Orientación de la Pesca, un total de 50.000 millones en la ex RDA sin exigencias de condicionalidad a cambio. En el período 1993-2013, Alemania es uno de los países más beneficiados por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional, el Fondo Social Europeo y el Fondo de Cohesión. Al final de 2013, Alemania recibe más de 80.000 millones. Respecto de sí mismo, en noviembre de 2008 y enero de 2009, el gobierno alemán, al margen del rigor que predica, inyecta fondos públicos a sus bancos y también en su economía con dos paquetes de ayudas. El primero, por valor de 3,9 millones en 2009 y 7,1 millones en 2010 (el 0,2% y 0,3% del PIB) y el segundo, por importe de 54.300 millones, para ser gastado en 2009 y 2010 en «determinadas medidas de carácter permanente». El 25 de marzo de 2020, debido al Covid, Alemania aprueba un plan de 812.000 millones de dólares, equivalente a casi el 22% del PIB y acude en ayuda de sus empresas. Y mientras que la mayoría de los bancos de la UE están sujetos a las normas internacionales de contabilidad (NIIF), el 52% de los bancos alemanes aplican sus propias normas nacionales. Esto significa que para contabilizar pérdidas en los créditos, las NIIF requieren una provisión calculada por la «pérdida esperada», mientras que las normas alemanas permiten más flexibilidad, al realizar esa provisión por la «pérdida incurrida», es decir, no por lo que pudiera ocurrir, sino por lo que realmente ocurre. ¿Un privilegio? Todos los países de Europa han obtenido ventajas de pertenecer a este espacio de «solidaridad de facto» del que habló, hace 75 años, su promotor Robert Schuman. Por supuesto, también Alemania. Carlos Balado es periodista y director general de Eurocofin

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