Me importa poco Will Smith. Menos aún toda la tropa de multimillonarios que se reúnen cada año en la fosa séptica de la gala de los Oscar dando lecciones al personal con impostados problemas del primer mundo. Algunos aseguran que el bofetón de Will Smith a Chris Rock forma parte de un teatrillo. No sería de extrañar que en la tierra de los reyes de la invención —empezaron con el acorazado Maine y no han parado hasta hoy— todo formase parte del show.
Pero más allá de la irrelevante cuestión superficial, el debate de fondo resulta cuanto menos interesante. Algunos critican que Will Smith saliera en defensa de su mujer ya que lo consideran un acto de machismo. La realidad es que no. La absurda moda exportada desde Estados Unidos al resto de Occidente que consiste en afirmar que hombres y mujeres somos iguales, quedó una vez más destruida en cuanto los bobos de la paz y fingida tolerancia se dieron de bruces con la realidad. ¿Un hombre tiene que defender a su mujer de las ofensas recibidas? No sólo debe, sino que es su obligación. ¿Cómo puede una mujer defenderse de las vejaciones de un hombre cuando el abuso miserable que distingue al más fuerte está del lado del hombre por su superioridad física? Al ser una pelea desigual, un hombre que se precie debe igualar la contienda y salir en su auxilio siempre.
Otros afirman que un hombre puede, y debe, hacer bromas sobre la calvicie de una mujer. Yo digo rotundamente no. Entre hombres es normal mofarnos de nuestros amigos calvos. Es habitual responder en nuestros grupos de WhatsApp con un «tú qué sabrás si eres calvo» o bautizar como «el turco» a aquel que visitó Constantinopla para repoblar su marchitada cabellera. Pero a ninguno se nos ocurriría mofarnos de la alopecia de la novia de uno de nuestros amigos. Es más, nos compadeceríamos y no nos resultaría gracioso: si algún miembro del grupo se burlara de ella recibiría la justa reprimenda del resto e incluso un bofetón por parte del novio.
Por mucho que se esfuercen en pronunciar discursos nauseabundos, acuñar hashtags y aprobar leyes injustas, la naturaleza del ser humano siempre acabará dándonos un bofetón de realidad.
Pero más allá de la irrelevante cuestión superficial, el debate de fondo resulta cuanto menos interesante. Algunos critican que Will Smith saliera en defensa de su mujer ya que lo consideran un acto de machismo. La realidad es que no. La absurda moda exportada desde Estados Unidos al resto de Occidente que consiste en afirmar que hombres y mujeres somos iguales, quedó una vez más destruida en cuanto los bobos de la paz y fingida tolerancia se dieron de bruces con la realidad. ¿Un hombre tiene que defender a su mujer de las ofensas recibidas? No sólo debe, sino que es su obligación. ¿Cómo puede una mujer defenderse de las vejaciones de un hombre cuando el abuso miserable que distingue al más fuerte está del lado del hombre por su superioridad física? Al ser una pelea desigual, un hombre que se precie debe igualar la contienda y salir en su auxilio siempre.
Otros afirman que un hombre puede, y debe, hacer bromas sobre la calvicie de una mujer. Yo digo rotundamente no. Entre hombres es normal mofarnos de nuestros amigos calvos. Es habitual responder en nuestros grupos de WhatsApp con un «tú qué sabrás si eres calvo» o bautizar como «el turco» a aquel que visitó Constantinopla para repoblar su marchitada cabellera. Pero a ninguno se nos ocurriría mofarnos de la alopecia de la novia de uno de nuestros amigos. Es más, nos compadeceríamos y no nos resultaría gracioso: si algún miembro del grupo se burlara de ella recibiría la justa reprimenda del resto e incluso un bofetón por parte del novio.
Por mucho que se esfuercen en pronunciar discursos nauseabundos, acuñar hashtags y aprobar leyes injustas, la naturaleza del ser humano siempre acabará dándonos un bofetón de realidad.