Se que falta moral en este Batallón asique os voy a contar una de mis experienciasque tuve con una prostituta Afgana
Era Noviembre del 82 e iba paseando por las calles de Bangkok. El Cabo Watson del segundo de Infantería, había caído cuando se nos ordenó que defendiesemos Herat, éramos pocos y no teníamos muchos hombres, pero hicimos lo que pudimos… Esos putos comunistas abastecian a los putos Afganos
Entre en un tugurio para aliviar el dolor del Cabo y allí estaba, una puta Afgana en mi semana de permiso en Tailandia. Estaba tan fuera de lugar como un culo en la cara, fue por eso por la que me llamó la atención.
Ojos de desierto y un cuerpo curtido por los vaivenes de la vida, esa mujer había visto más mierdas que un inodoro público. Pero estaba hundido, sus caderas me prometían olvidos y sus pechos una geografía que quería explorar esa noche.
Su mirada era una mezcla de desafio y resignación, como si supiese que era otro perro buscando un momento de alivio en medio de el pantano humano de La Batalla.
Me acerco a ella y le solté sin rodeos: ¿Que tienes para ofrecer, muñeca?
Ella sonríe y con un aire de superioridad me lleva a una habitación que apesta a sudor y desesperación.
Cuando se quita el vestido, me doy cuenta de que su cuerpo, a pesar de las cicatrices y el desgaste, era una jodida maravilla.
Unos buenos pechos firmes a pesar de sus años como puta, y un culo que podía hacer que cualquier hombre olvidase su nombre.
Pero la joya de la corona era su chocho, una maravilla en medio de tanta miseria, como un oasis en el desierto afgano.
No hay tiempo para sutilezas ni palabras dulces; esto es una transacción, pura y dura. Nos lanzamos a la cama y ella se monta sobre mí con una habilidad que solo los años de práctica pueden dar. Su cuerpo se mueve con una precisión casi militar, cada movimiento calculado para extraer el máximo placer.
Estoy perdido en su cuerpo, en ese chocho que es una maravilla de la naturaleza. Pero como todo lo bueno, se acaba demasiado rápido.
Dejo el dinero en la mesita y le doy una última mirada. Cuídate, muñeca.
Era Noviembre del 82 e iba paseando por las calles de Bangkok. El Cabo Watson del segundo de Infantería, había caído cuando se nos ordenó que defendiesemos Herat, éramos pocos y no teníamos muchos hombres, pero hicimos lo que pudimos… Esos putos comunistas abastecian a los putos Afganos
Entre en un tugurio para aliviar el dolor del Cabo y allí estaba, una puta Afgana en mi semana de permiso en Tailandia. Estaba tan fuera de lugar como un culo en la cara, fue por eso por la que me llamó la atención.
Ojos de desierto y un cuerpo curtido por los vaivenes de la vida, esa mujer había visto más mierdas que un inodoro público. Pero estaba hundido, sus caderas me prometían olvidos y sus pechos una geografía que quería explorar esa noche.
Su mirada era una mezcla de desafio y resignación, como si supiese que era otro perro buscando un momento de alivio en medio de el pantano humano de La Batalla.
Me acerco a ella y le solté sin rodeos: ¿Que tienes para ofrecer, muñeca?
Ella sonríe y con un aire de superioridad me lleva a una habitación que apesta a sudor y desesperación.
Cuando se quita el vestido, me doy cuenta de que su cuerpo, a pesar de las cicatrices y el desgaste, era una jodida maravilla.
Unos buenos pechos firmes a pesar de sus años como puta, y un culo que podía hacer que cualquier hombre olvidase su nombre.
Pero la joya de la corona era su chocho, una maravilla en medio de tanta miseria, como un oasis en el desierto afgano.
No hay tiempo para sutilezas ni palabras dulces; esto es una transacción, pura y dura. Nos lanzamos a la cama y ella se monta sobre mí con una habilidad que solo los años de práctica pueden dar. Su cuerpo se mueve con una precisión casi militar, cada movimiento calculado para extraer el máximo placer.
Estoy perdido en su cuerpo, en ese chocho que es una maravilla de la naturaleza. Pero como todo lo bueno, se acaba demasiado rápido.
Dejo el dinero en la mesita y le doy una última mirada. Cuídate, muñeca.
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